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La playa solitaria

by Beardavid69


Me habían dicho que aquella playa era tranquila y solitaria. Ciertamente, por la dificultad del acceso, tras un par de kilómetros de recorrido a pie por un camino que pasaba por los acantilados que la rodeaban, suponía que no habría mucha gente. Cuando llegué, me sobrecogió la belleza del paisaje. La playa era una cala rodeada de acantilados escarpados salpicados de verde. La arena, de un color tostado, contrastaba con el agua, azul verdoso a aquella hora de la mañana. Aproveché para hacer un par de fotos, antes de recorrer el último tramo del camino que llevaba hasta ese paraíso. No había nadie en los alrededores. Aparte de la dificultad del acceso, un día de diario del mes de septiembre, fuera del periodo vacacional oficial, esperaba poder pasar todo el día sin más compañía que las gaviotas. Elegí un sitio cerca de uno de los murallones que cerraban la cala. Podía disfrutar del sol, no demasiado fuerte a aquellas horas, pero también disponía de sombra para cuando me agobiase el calor. Extendí la toalla en la arena y me desnudé. Dudé si ponerme el traje de baño, pero no había nadie, así que decidí quedarme desnudo. Abrí el bote de crema protectora, me extendí por todo el cuerpo y me tumbé sobre la toalla, sintiendo la suave brisa que soplaba desde el mar. Cerré los ojos y me dejé transportar por el ruido de las olas, las gaviotas y el viento sobre los pequeños árboles que crecían en las paredes rocosas. Empezaba a quedarme adormilado cuando, de repente, me pareció escuchar unas voces. Abrí los ojos y miré al camino. Habían aparecido dos tíos que, al verme, se quedaron callados, aunque enseguida volvieron a su conversación. Sin duda, tampoco esperaban encontrar a nadie allí y les había sorprendido mi presencia. Por un momento pensé en ponerme el traje de baño, pero decidí que si aquellos dos llegaban hasta allí también sería para disfrutar desnudos. Eligieron un sitio alejado unos quince metros de mí. La playa no era muy grande, pero agradecí que no se pusieran demasiado cerca. Además, hablaban en un tono de voz bajo. No nos molestaríamos mutuamente. Volví a cerrar los ojos. Les oía hablar, pero no podía distinguir lo que decían. Al cabo de un rato se quedaron en silencio. Miré disimuladamente. Se habían desnudado y se estaban dando crema por el cuerpo. Estaban de pie de espaldas a mí, así que me los quedé mirando descaradamente. Ambos tenían un buen cuerpo, de espaldas anchas, y muy peludos. Sobre todo uno de ellos, el que estaba dando crema al otro, tenía la espalda completamente cubierta de pelo. Sus nalgas eran redondas y firmes y también cubiertas de vello espeso y negro. Extendía la crema por la espalda, también con vello, aunque menos espeso, de su compañero, y bajaba con las manos hacia las nalgas. Pensé en cómo me gustaría ofrecerme para untarlos de crema a ambos, y mi verga reaccionó al instante con una ligera erección. Cuando el más peludo acabó de untar la crema en la espalda de su compañero, cambiaron los papeles y se dieron la vuelta, quedando de frente a mí. Entonces pude contemplar sus torsos, ambos muy velludos. El que había dado la crema a su compañero era más mayor, por encima de los cincuenta años, pero su cuerpo presentaba unos músculos perfectamente definidos bajo la espesa mata de pelo que los cubría. Llevaba perilla entrecana. Sus huevos colgaban sólidos y pesados varios centímetros por debajo de la base de la verga, bastante gruesa y además semierecta. Se notaba que le había excitado el contacto con su compañero. Éste, por su parte, era algo más joven y andaría en la cuarentena. También muy musculoso y velludo, con todo el pelo completamente negro y barba espesa y cerrada. Su verga parecía más pequeña que la de su compañero, pero también presentaba una erección incipiente. Los huevos no colgaban, sino que permanecían pegados al cuerpo. Ambos me miraron y, sin duda, se dieron cuenta de mi excitación. Me volví de espaldas a ellos para disimular. Ya llevaba un rato al sol y el calor empezaba a sentirse, así que me levanté, cuidando de dar la espalda a mis vecinos para no mostrar mi erección, y me dirigí hacia la orilla. En cuanto metí los pies en el agua, pude comprobar que no estaba tan fría como había esperado. Estaba fresca, pero no lo suficiente para bajar mi calentura. Nadé durante unos minutos. El agua estaba completamente transparente y se podían ver algunos peces que se acercaban curiosos. Salí a la arena, procurando no mirar hacia mis vecinos, y me tumbé sobre la toalla para secarme al sol. Cerré los ojos, y creo que me quedé adormilado, porque cuando los abrí de nuevo vi que la pareja salía del agua y se dirigían a sus toallas. Saqué de la mochila el libro que estaba leyendo, una novela histórica que se desarrollaba en la antigua Grecia. Miré en dirección a mis vecinos. El más maduro estaba mirando en mi dirección, y se acarició la polla. Yo tomé el gesto como una invitación. Sin bajar el libro, pasé mi mano derecha por el vello de mi pecho. El respondió pellizcándose un pezón. Decidí aceptar el reto, dejé el libro sobre la toalla, me puse en pie y me dirigí hacia ellos. Él me miraba sonriente. El más joven estaba tumbado boca abajo y no se había percatado. -Hola, me llamo Juan- me presenté tendiéndole la mano. -Hola, Juan, yo soy Pepe, y él es Mario-. El aludido se dio la vuelta incorporándose. -Encantado, Mario- dije estrechándole la mano. -¿Vienes mucho por aquí?- preguntó Pepe. -No, es la primera vez que vengo. Un amigo me habló de esta playa y me dijo cómo llegar. Me costó un poco encontrar el acceso, pero me alegro de haber venido. Es un sitio maravilloso. -Yo también me alegro de que hayas venido- respondió Pepe con una sonrisa pícara, al tiempo que me ponía una mano en el hombro. Me aproximé a él y nos besamos. Mario se puso en pie y comenzó a acariciar mi espalda. La lengua de Pepe exploraba mi boca y la atrapé con los labios. Mi mano derecha se hundió en los pelos espesos que cubrían su espalda, y con la derecha alcancé el pecho de Mario. Éste se apretó más en su abrazo y nuestras caras se juntaron. Dejé la boca de Pepe para prestar atención a la de Mario, mientras Pepe me besaba en el cuello. Luego se besaban ellos dos y yo bajaba por el cuello y el pecho de Pepe hasta llegar a uno de sus pezones, que reaccionó inmediatamente al roce de mi lengua poniéndose duro como una piedra al tiempo que Pepe gemía de placer. Luego pasé a ocuparme del de Mario, con resultados parecidos. Ambos eran muy velludos. Subí con la lengua por su pecho, hasta el cuello, y de nuevo su boca. Fue Pepe entonces el que me lamió el pezón, excitándome aún más. Volvimos a besarnos Pepe y yo, con Mario bajando por el pecho de él, más abajo, hasta llegar a su verga. Empezó a hacerle una mamada haciéndole gemir. Luego dejó la polla de Pepe y se introdujo la mía, completamente tiesa, en su boca. Al principio atrapó el glande con los labios mientras jugaba con su lengua, pero enseguida la engulló entera hasta que con la punta le rozaba el paladar. La mantuvo en esa posición, succionándola con fuerza y arrancándome gemidos de puro placer. Tras unos momentos, Mario volvió a mamar la verga de Pepe. Al mismo tiempo levantó las caderas, ofreciéndome su entrada. Yo me coloqué detrás de él, acariciándole su espalda y masajeando sus nalgas, firmes y peludas. Por su parte. Mario chupaba con ansia la gruesa polla de Pepe. De vez en cuando la sacaba de su boca para lamerle los huevos colgantes. El glande de Pepe, muy grueso, brillaba húmedo de saliva. Mario recorría con la lengua toda la longitud de la polla desde los huevos hasta el glande, para luego introducírsela de nuevo entera en la boca. Yo, por mi parte, separé las nalgas de Mario para descubrir su agujero. Puse mi polla sobre él y la exprimí para extraer un grueso goterón de líquido lubricante que extendí luego con la punta del glande. Mario gimió y se apretó más contra mí obligándome a presionarle en su agujero. Separé aún más sus nalgas y presioné firmemente con mi rabo sobre su entrada, que inmediatamente se abrió franqueándome el paso. Entró el glande y luego mi polla se deslizó con suavidad hasta el fondo. Su culo se ajustaba perfectamente y podía sentir sus músculos exprimirme la verga. Empecé a moverme lentamente dentro de él. Sus gemidos subieron en intensidad mientras no dejaba de mamar a Pepe. Éste, por su parte, también empezó a mover sus caderas follándole la boca cada vez más fuerte. Yo fui acelerando el ritmo poco a poco. Le agarré por la cintura para facilitar mis embestidas. Pepe se apoyó sobre mis hombros y se inclinó hacia delante. Comenzamos a besarnos sin dejar de follar a Mario, él la boca y yo su culo glotón. Yo sabía que no iba a aguantar mucho más. Se la clavé bien hondo y un chorro de esperma le inundó las entrañas. En ese momento, Pepe también descargó su leche en la boca de Mario. -¡Ohhhh, sí, joder! ¡Trágatela toda! hmmmmmmm. Seguimos bombeando hasta que nuestras pollas dejaron de echar leche. Entonces, Mario se incorporó, besó a Pepe y luego a mí. Pude sentir el sabor de la leche de Pepe en su boca. Me puse de rodillas delante de Mario. Su polla estaba a punto de reventar. Era larga, aunque no muy gruesa. La cogí con dos dedos y tiré de la piel para descubrir el capullo, que seguía cubierto por el prepucio. Apareció sin dificultad el glande, rosado y brillante, más grueso que el resto de la verga. Lo besé antes de introducirlo entre mis labios y jugar con la lengua en la raja. Presioné ligeramente para introducirla, y Mario lanzó un gemido. Sabía a sal marina. Pepe lo tenía abrazado desde atrás, le acariciaba el pecho y le pellizcaba los pezones. Introduje la verga en mi boca. Al retirarla, dejé que el prepucio cubriera de nuevo el glande. Con los labios retiraba el prepucio y luego dejaba que volviera a cubrirlo. Eso parecía gustarle a Mario. Lamí todo el tallo y bajé hasta los huevos. Eran grandes pero no colgaban como los de su compañero o los míos. Mario empezó a mover las caderas, pero Pepe lo mantenía sujeto desde atrás y bajó la mano para sujetarle por la cintura. Quería que fuera yo el que fijara el ritmo. Decidí alargar la situación el mayor tiempo posible. Fui subiendo con la lengua por el rabo hasta llegar de nuevo al capullo. Retiré la piel con los labios y jugué con la lengua sobre el glande. Luego empecé a mamarle más fuerte, bajando la cabeza por su polla hasta introducirla del todo para luego volver a sacarla, cada vez más rápido. Cuando notaba que Mario se acerca al punto de no retorno, sacaba su polla de mi boca y le lamía los huevos. Mientras, Pepe no paraba de acariciarle el pecho y los pezones y besarlo en la boca. Lo mantuve así durante al menos quince o veinte minutos. Me rogaba entre gemidos que lo dejara acabar, que quería darme su leche. Yo también quería recibirla. Al fin, introduje su polla hasta el fondo de mi garganta y empecé a tragar. Eso le llevó al máximo y, con un grito, empezó a descargar su semen. Fueron cuatro o cinco chorros de lefa, que golpearon con fuerza contra el fondo de mi garganta, seguidos de un fluir más lento pero continuo que me esforcé en tragar para no dejar escapar ni una gota. Continué chupando la verga hasta que perdió rigidez. Mario jadeaba con una sonrisa beatífica en su cara. -¡Joder, macho! ¡Qué buena mamada me has hecho! -Ha sido un verdadero placer- respondí. -Tienes una polla formidable, y me has dado una buena ración de leche. -Tú me has llenado antes el culo- dijo él. -Vamos al agua- dijo Pepe. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la orilla. Yo me puse en pie, di un beso rápido a Mario y seguí a Pepe. La verdad era que hacía calor. La mamada a Mario me había vuelto a excitar y mi polla estaba semierecta. Pepe se zambulló en el agua. Fui tras él y me tiré de cabeza. Llegué buceando hasta él. Debajo del agua vi que su polla también estaba erecta. Di un beso rápido en el glande antes de sacar la cabeza del agua. Pepe estaba riendo. -Me excita mucho ver cómo follan a Mario o, como ahora, cuando le hacen una buena mamada. De hecho, he estado a punto de follármelo otra vez. -Ya lo he visto- respondí. -Y eso me estaba poniendo a mil. En ese momento llegó Mario junto a nosotros. -¿De qué hablabais? Seguro que nada bueno. -Estaba diciendo lo mucho que me ponéis- dije yo. -Sois guapísimos los dos. Me encantan vuestros cuerpos peludos. -Tú también eres muy peludo- dijo Mario. -Sí, es verdad- dije riendo, y le salpiqué con las manos. Estuvimos un rato jugando en el agua, abrazándonos, besándonos y haciéndonos ahogadillas mutuamente. Cuando ya empezamos a sentir el frío del agua, decidimos salirnos al sol. Recogí mis cosas y extendí la toalla junto a las suyas. Nos quedamos tendidos al sol, secándonos y recuperando el aliento. -¿Tenéis sed? Traje unas cervezas- ofrecí. Aceptaron encantados. -¿Y vosotros venís mucho por aquí? -Siempre que podemos- respondió Pepe. -Pero en esta época es mejor. En el mes de agosto puedes encontrar más gente y no hay tanta libertad. -Aunque a veces hemos montado una buena fiesta con dos o tres que estaban aquí- apostilló Mario guiñándome un ojo. -¿En serio?- dije. -Sí- continuó Mario. -Recuerdo una vez que había cerca de diez personas aquí. Un par de matrimonios y luego tres tíos solos. Los tres tíos nos estuvieron tirando los tejos todo el día, pero tuvimos que esperar a que se fueran los matrimonios. Cuando nos quedamos solos… macho, menuda orgía organizamos entre los cinco. Los tres eran maduros, pero tenían buen aguante. -¿Te acuerdas del de bigote blanco? -Intervino Pepe- Menudo pollón tenía el tío. -¡Y cómo mamaba! -Sí, y el moreno pasivazo. Nos lo follamos los cuatro y el tío aún quería más. -El del bigote se lo folló dos veces. Y yo creo que se lo hubiera podido follar una tercera. Seguía con la polla tiesa cuando se marchó. -Es verdad- rió Pepe. -Y tú le habías hecho una mamada nada más empezar. -Mientras él te la mamaba a ti, cabrón. Con aquella conversación yo me estaba poniendo a tono otra vez y mi polla había empezado a temblar. -Me parece que nuestro amigo Juan se está aburriendo con nuestras historias- dijo Mario riendo. -Pues yo creo que al contrario, se está animando, como yo- respondió Pepe echándose para atrás y mostrando su verga que comenzaba a hincharse palpitante. -hmmmmm, qué rica polla tienes- dije yo relamiéndome. -¿La quieres? Es toda tuya. No me lo tuvo que pedir dos veces. Me incliné y empecé a mamarle el rabo. Lo sentía crecer dentro de mi boca, hincharse y estirarse hasta llenarme por completo. Lo metí más hondo y entonces comprobé que era más larga de lo que parecía, pero el vello largo y espeso ocultaba parte de su longitud. Aprecié su sabor salado del agua de mar. La polla crecía y se endurecía cada vez más, acompañada de los gemidos de aprobación de Pepe. El glande estaba al descubierto por completo, rosado, grueso y brillante. Me encanta mamar una buena polla, y la de aquel hombre era de las mejores que había tenido ocasión de probar. Además, su cuerpo, completamente cubierto de pelo, me ponía a tope. Agarré sus huevos, grandes y pesados, y los masajeé con la mano. -Espera, espera- dijo él. -No me hagas acabar todavía. Túmbate. Yo obedecí y me tumbé boca arriba. Pepe se colocó entre mis piernas y empezó a comerme la polla mientras Mario me hundía su lengua hasta la garganta. Mis dedos se enredaban en el pelo de la espalda de Mario. Él me pellizcaba los pezones mientras Pepe me comía el rabo. Me acarició los muslos y bajó hacia mis nalgas sin dejar de mamarme. Levanté las rodillas para permitirle tocarme el culo. Empezó a masajearme las nalgas y noté su dedo pulgar introducirse entre ellas. Levanté más las piernas y las apoyé sobre sus hombros para facilitarle el acceso. Su dedo presionó sobre mi agujero intentando entrar. Me estaba acercando al límite. Pepe abandonó mi verga y me levantó las piernas para hundir su cara entre mis nalgas. Su lengua exploró mi raja hasta introducirse ligeramente. Me estaba lubricando y dilatando para lo que vendría después. Mario se incorporó y me ofreció su polla para que la mamara. Se retiró la piel con los dedos para descubrir el glande, que me apresuré a lamer y chupar. Me agarró la polla con la mano y la exprimió. -Joder, tío, cuánto mojas, la tienes chorreado. -Sí, echo mucho líquido- contesté. -Espero que no te dé reparo. -Al contrario, me encanta- y se llevó la mano a la boca para lamer mi líquido preseminal. Pepe seguía comiéndome el culo y mojándomelo con su saliva. Entonces introdujo un dedo, y luego otro, y empezó a moverlos para dilatarme bien. Mario me estaba follando fuerte la boca, pero se detuvo antes de correrse. Sacó su polla de mi boca y pasó a chuparme la mía. Pepe dejó mi culo y se puso delante de mí para que volviera a chupársela. Su glande estaba muy hinchado, la piel brillante y tersa. La introduje en mi boca y fui ampliando los movimientos hasta que conseguí tragarla entera. El glande golpeaba en el fondo del paladar con cada embestida. Cuando notó que se acercaba al final, se retiró y se tumbó a mi lado para lamerme los pezones. Eso me vuelve loco, y con la mamada que me estaba haciendo Mario, noté que estaba a punto. Empujé la cabeza de Mario para indicárselo y él dejó de mamarme para volver a comerme el culo. Me lo lubricaba con su saliva y me lo abría con los dedos. -Ven, siéntate aquí- dijo Mario al tiempo que se tumbaba boca arriba y mantenía su polla tiesa apuntando al cielo. Me senté a horcajadas sobre su miembro, lo dirigí con la mano hacia mi agujero y fui bajando lentamente para introducirlo. Cuando estuvo dentro, me mantuve inmóvil durante unos instantes, sólo contrayendo los músculos del culo para masejearle la polla. -¡Ohhhhh tío, que bien! ¡Qué culo más tragón tienes! -¡Hmmm sí, qué buena polla! ¡Quiero que me folles duro! Empecé a cabalgar sobre su miembro, casi sacándolo de mi culo para luego bajar y clavármelo hasta el fondo. Pepe se puso de pie delante de mí y me ofreció su verga, dura como una barra de acero. Se la mamé de manera casi salvaje siguiendo el ritmo de mi cabalgada. Pepe se pellizcaba los pezones mientras me follaba la boca. Tras unos minutos, lanzó un grito, se tensó y el semen empezó a brotar, caliente y espeso. Aún así, no redujo el ritmo de su bombeo ni su polla perdió rigidez. A los pocos minutos, una nueva descarga bajaba por mi garganta. En ese momento, Mario lanzó un gemido y noté su leche brotando con fuerza de su polla y llenándome las entrañas. Me tumbé agotado sobre la arena. Mi polla se erguía palpitante y necesitaba descargar. Mario se acercó y se ocupó de mis pezones. Pepe empezó a chuparme la verga hasta que noté el semen subiendo desde mis huevos y varios chorros se estrellaron contra el fondo de su garganta. Todo mi cuerpo temblaba por la intensidad del orgasmo. Pepe mantenía mi polla en su boca sin dejar escapar ni una gota. Mario y yo nos besamos con fuerza. Nuestras lenguas se exploraban mutuamente. Yo acariciaba su espalda peluda y él dejaba volar sus manos por mi pecho. Pepe mantenía mi verga, aún erecta y extremadamente sensible por la corrida, en su boca, pero él no se movía, solamente la dejaba dentro, palpitante, a la espera de que perdiera su rigidez. Mientras, me acariciaba el vientre y los muslos. Los besos de Mario, la calidez de la boca de Pepe y las caricias con que regalaban mi cuerpo conseguían mantenerme excitado, de forma que estaba alargando la erección. La lengua de Pepe empezó a moverse lentamente masajeándome la verga. Sin mover la cabeza inició unos movimientos de succión que me llevaron a la gloria. A los pocos minutos le di una nueva ración de leche, que volvió a tragar entera. Quedé agotado y jadeante. Mario se tendió a mi lado, y Pepe trepó por mi cuerpo hasta quedar tendido sobre mí. Nos dimos un beso prolongado. Su boca sabía a mar y semen. Pude sentir el calor de su cuerpo apretándose contra el mío y su erección palpitante entre mis piernas. Le abracé con fuerza y bajé las manos hasta su culo redondo y peludo. Apreté sus nalgas y flexioné las piernas dejando mi entrada al descubierto. Sin dejar de besarnos, dirigió su enorme miembro a mi agujero y presionó suave pero firmemente. Su polla era gruesa, pero mi agujero estaba lubricado por el semen de Mario, que resbalaba lentamente desde el interior. Relajé los músculos para permitirle la entrada y, poco a poco, centímetro a centímetro, noté cómo me iba dilatando y se deslizaba cada vez más hondo. A veces paraba su avance y retrocedía un poco, para luego introducirse un poco más profundo. Tras unos minutos, Pepe inició su bombeo, al principio muy lentamente, dejándome sentir cómo su gruesa polla se retiraba creando una sensación de vacío para luego volver a entrar más y más profundamente. Fue acelerando el ritmo de sus embestidas. Sus huevos golpeaban contra mis nalgas, gordos y rotundos. Entonces se puso tenso, me la clavó hasta dentro, y con un gruñido se vació dentro de mí. Luego, de nuevo un bombeo más lento, hasta quedar completamente exhausto y sudoroso contra mi pecho. -¡Joder, macho! ¡Qué gusto da follar contigo!- dijo jadeante. -Gracias, el placer ha sido mutuo- respondí riendo, abrazándole. -Hacía tiempo que no me corría así. Me habéis vaciado los huevos y me habéis llenado bien con vuestra leche. Quedamos los tres tendidos sobre la arena hasta que recuperamos el aliento. Notaba el semen de los dos hombres resbalar entre mis nalgas. -Vamos al agua. Necesito refrescarme- propuse. Fuimos los tres a bañarnos y jugar un rato en el agua antes de comer. -Te quedarás a comer con nosotros, ¿verdad?- invitó Pepe. -Tenemos tortilla de patatas y filete empanado, como debe ser- rió. -Pues acepto encantado. He traído algunas latas, así que ya tenemos también el aperitivo. -¿Dónde estás alojado?- preguntó Mario. -Tengo un pequeño apartamento alquilado en Villaseca. -¡Hombre, nosotros también! Podemos quedar a cenar cualquier día. -Como esta noche, por ejemplo, a no ser que tengas otros planes- dijo Pepe. -No, no tengo planes, así que me parece estupendo. ¿Conocéis algún buen sitio para cenar? -Sí, claro, nuestro apartamento. Acepté la invitación imaginando una cena con mis nuevos amigos en su apartamento, y lo que podría dar de sí la velada. Mientras comíamos y charlábamos animadamente, no podía dejar de admirar sus cuerpos, fuertes y peludos. Carlos tenía el pecho salpicado por algunas canas, igual que yo, pero el vello de Mario era completamente negro. También notaba sus miradas sobre mí. Y, a juzgar por cómo vibraba a veces la verga de Mario, le gustaba lo que veía. Cuando acabamos de comer, nos echamos una siesta sobre la arena. Sólo se oía el ruido de las olas y las gaviotas. Al despertar, nos dimos otro baño antes de volver al pueblo. Nos despedimos en el aparcamiento, y quedamos en vernos en su casa a la hora de la cena. Yo tendría que llevar el postre. Al llegar a casa me di una ducha rápida para quitarme el salitre. Luego me puse un pantalón corto y una camiseta antes de salir hacia el apartamento de mis nuevos amigos. Por el camino pase por una pastelería y compre una hermosa tarta de chocolate. Tardé apenas diez minutos en llegar al portal. Llamé al telefonillo y me contestó la voz de Mario. Subí hasta el tercer piso y pulsé el timbre. La puerta se abrió y me encontré con Mario, que llevaba puesto un delantal. Por la parte superior sobresalía el vello negro de su pecho. -Pasa- me dijo sonriente. -Estaba en la cocina preparando la cena. -He traído el postre- dije yo. -Será mejor meterla en la nevera. Y también traje algunas cervezas, por si acaso. -No te preocupes, cervezas tenemos de sobra, pero siempre viene bien tener más. Mario cogió la tarta y se dió la vuelta para ir a la cocina. Entonces me fijé en que no llevaba nada puesto debajo del delantal, y los ojos se me fueron a sus nalgas peludas. En ese momento apareció Pepe, completamente desnudo también. -¡Hola, Juan!- saludó con un beso en los labios. -Ponte cómodo. Esto es una cena informal. Y además nos gusta estar en pelotas siempre que podemos, y en casa es casi obligatorio. Ven, te enseñaré dónde puedes dejar la ropa. Me guió hasta la habitación. En cuanto entramos, me abrazó y nos empezamos a morrear. -Venga, Mario nos espera- dijo separándose. Yo ya me había empalmado, y vi que él también. Salió de la habitación mientras yo me desnudaba. Dejé la ropa sobre la cama y salí hacia la cocina. Mario estaba preparando unas gambas a la plancha y Pepe una ensalada. -¿Qué queréis que haga?- pregunté. -Puedes ir abriendo unas cervezas- respondió Mario. Abrí la nevera y cogí tres botellines. Le di uno a Pepe y le ofrecí otro a Mario. -Espera, que tengo las manos ocupadas con las gambas. Déjamela ahí encima- me dijo. -¿A ver?- añadió mirándome. -Sí, tú también estás empalmado, como Pepe. Y ahora yo también. Pero tendréis que esperar a después de la cena- me guiñó un ojo. -Venga, esto ya está, vamos a la mesa. Fuimos todos al salón y nos sentamos a la mesa. Dimos buena cuenta de las gambas y demás viandas, hasta acabar con la tarta de chocolate. Habían caído unas cuantas cervezas. -¿Os apetece tomar una copa?- dijo Pepe. -Claro- respondí. -Sentaos en el sofá mientras recojo esto. ¿Qué quieres tomar? Nosotros tomaremos un ron. -Sí, un ron estará bien. ¿Lo tomáis solo? -Sí, es un ron especial y sería un crimen mezclarlo con nada. -De acuerdo, pues un ron solo. Mario y yo nos sentamos en el sofá, mientras Pepe fue a la cocina con los platos de la cena y a preparar la bebida. Regresó con tres vasos con hielo y la botella de ron. Lo dispuso todo en la mesita y se sentó con nosotros antes de empezar a servir la bebida. -Vamos a brindar- propuso mientras nos repartía los vasos. -Por las nuevas amistades. Chocamos nuestros vasos y bebimos un sorbo. El ron era excelente. Pepe, que se había sentado entre Mario y yo, dejó su vaso sobre la mesa y posó su mano derecha sobre una rodilla de Mario. Luego tocó mi propia rodilla con su otra mano. Mario y él empezaron a besarse. Yo acaricié la espalda peluda de Pepe, enredando mis dedos en el espeso vello que la cubría. Acaricié los hombros y bajé por la cintura, hasta llegar a sus nalgas. Pepe entonces se volvió y nos dimos un beso húmedo y prolongado. Su mano recorría mi pierna desde la rodilla subiendo por el muslo, pero sin llegar a tocar mi entrepierna, ya completamente erguida. Pepe nos estuvo besando alternativamente mientras le cubríamos el cuerpo de caricias. Mario, entonces, separó la mesita para arrodillarse delante de Pepe. Empezó a besarle en la polla antes de metérsela por completo en su boca. Pepe gimió y se recostó en el sofá. Yo me dediqué a mordisquear sus pezones, que se endurecían bajo mis labios, y a lamer el vello de su pecho. Levantó los brazos y hundí mi cara en su axila izquierda. Sus gemidos aumentaban en intensidad según Mario aceleraba su mamada. Pronto le tocó el turno también a mi polla. Mario se apresuró a lamer el abundante líquido transparente que brotaba de la punta. Pepe, mientras tanto, me dio un beso hundiendo su lengua hasta mi garganta. Luego fue bajando por el cuello, hasta llegar a los pezones. Cuando me empezó a lamer el pezón derecho, un escalofrío me recorrió entero, lanzando olas de placer por todo mi cuerpo. Entonces Mario se levantó, se dio la vuelta, y se sentó sobre mis piernas. Dirigió mi verga, bien lubricada, hacia su agujero y bajó lentamente hasta que la tuvo toda dentro. Empezó a cabalgarme lentamente. Yo podía sentir cómo mi miembro se deslizaba centímetro a centímetro dentro de su culo. Pepe se colocó de pie delante de él y le ofreció su gruesa polla, que Mario empezó a mamar rápidamente. Abracé al Mario desde atrás y le agarré su verga con la mano. Se la frotaba al ritmo de sus cabalgadas. Con mi polla en su culo, la de Pepe en su boca, y mi mano masturbándole, no pasó mucho tiempo antes de que varios chorros de semen se estrellaran contra su pecho. El resto fue resbalando por mi mano hasta su vientre y sus huevos. Mario siguió cabalgándome unos minutos más. Su polla había dejado de manar leche, pero seguía rígida y palpitante. -Vamos a cambiar- dijo Pepe. Se separó de Mario para que se levantase, y me indicó que me tumbara en el sofá. Lo hice y él se colocó entre mis piernas. Me agarró la pierna izquierda y se la echó sobre el hombro. Me exprimió la polla con su mano para extraer un grueso goterón de líquido lubricante que extendió por su propio miembro, lo apuntó sobre mi agujero y presionó. Esta vez no lo hizo lentamente como en la playa, sino de un solo empujón. Su gruesa verga se abrió paso dentro de mí provocándome un dolor agudo y ardiente. Mi cabeza parecía que iba a estallar mientras aquel ariete me partía en dos por dentro. Lancé un grito de dolor e intenté levantarme para expulsarlo, pero el peso de Mario apoyado sobre mi pecho me impidió moverme. Pepe, entonces, empezó a bombear con fuerza. Mis músculos fueron acostumbrándose a la invasión de su miembro y el dolor fue sustituido por un placer cada vez más intenso. En cada empujón, la polla de Pepe rozaba mi próstata, provocando que gruesos goterones de líquido preseminal se vertieran sobre mi vientre. Mario, mientras tanto, se había colocado a mi lado y me ofrecía su polla, aún tremendamente rígida, para que se la chupara. Las embestidas de Pepe eran cada vez más profundas. A sus jadeos se unía el ruido de sus pelotas golpeando contra mis nalgas en cada empujón. Mario también comenzó a mover sus caderas, follándome la boca y metiéndome su polla hasta la garganta. De nuevo no tardó mucho en correrse. Su semen, caliente y espeso, me inundó la boca y resbalaba por mi garganta. Me esforzaba en tragarlo todo sin atragantarme. El bombeo de Pepe aumentó en intensidad, enviándome a la órbita del placer. Aún con el rabo de Mario en mi boca, y sin siquiera tocarme, mi polla empezó a disparar chorros de leche que aterrizaron sobre mi pecho y vientre. Con cada empujón de Pepe, un nuevo chorro de semen mojaba mi barriga peluda. Mario se había arrodillado a mi lado y recogía con su lengua toda la leche de mi pecho. Con un gruñido de placer, Pepe echó la cabeza hacia atrás, clavó su polla hasta el fondo en mi culo, y se desparramó en mis entrañas. Notaba su líquido llenarme por dentro, caliente y abundante. Luego el empujón más lento, más calmo, mientras recuperaba el aliento, jadeante, hasta que se derrumbó sobre mi pecho. Lo abracé mientras sentía su polla retirarse poco a poco después del salvaje asalto al que me había sometido. -¡Joder, macho!- dijo. -¡Qué buena follada! Siento haberte hecho daño, pero te la tenía que meter, no aguantaba más sin follarte ese culo tan rico que tienes. -Ha sido increíble- respondí. -Hacía mucho que no disfrutaba tanto. Me has hecho correrme sin tocarme la polla, cabrón. -Ya lo he visto, y eso me ha puesto a mil. Además tu culo se ajusta como un guante, y cada vez que eyaculas se aprieta haciendo que el placer sea inmenso. -Y a mí me has hecho correrme dos veces- intervino Mario. -Y eso que hoy en la playa ya me había corrido un par de veces también. -Se te nota la juventud- bromeé. -Jaja, gracias- rió él. -Pero no soy tan joven. Lo que pasa es que me pone muy cachondo estar con dos machos como vosotros. -Vamos a ducharnos- dijo Pepe. -Luego te puedes quedar a dormir con nosotros. Mañana pensábamos ir de nuevo a la playa. -Muy bien- acepté. -Creo que volveré muchas veces a esa playa a partir de ahora. Pero no quisiera ser una molestia esta noche. -Déjate de tonterías. Después de los polvos que acabamos de echar ya hay confianza suficiente, ¿no? -Sí, es cierto- confesé. -Pues venga, no se hable más. Vamos a la ducha, que estáis los dos llenos de leche. Era cierto. Mi pecho mostraba todavía algunos restos de semen, aunque Mario se había encargado de recoger la mayor parte. Pero los restos de su primera corrida todavía mojaban el vello de su pecho y vientre. Por desgracia, la ducha era bastante estrecha, así que tuvimos que ducharnos de uno en uno. Aunque estábamos tan agotados del día que tampoco hubiéramos tenido muchas ganas de más juegos. Cuando salí de la ducha y fui a la habitación, Pepe y Mario ya estaban acostados, desnudos, por supuesto. Me acosté dejando a Mario en el centro. Nos abrazamos, y enseguida nos quedamos profundamente dormidos.

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En el metro

Me presentaré. Me llamo Juan David, tengo 55 años y trabajo de representante para una casa comercial.Voy a relatar lo que me sucedió un día al volver del trabajo. Suelo viajar en metro, pues no tengo coche. Aquel día había sido un día tranquilo en el trabajo, así que regresaba bastante relajado. El metro a esas horas suele ir lleno de gente, y aquel día no era distinto.Cuando el metro llegó a

La playa solitaria

Me habían dicho que aquella playa era tranquila y solitaria. Ciertamente, por la dificultad del acceso, tras un par de kilómetros de recorrido a pie por un camino que pasaba por los acantilados que la rodeaban, suponía que no habría mucha gente.Cuando llegué, me sobrecogió la belleza del paisaje. La playa era una cala rodeada de acantilados escarpados salpicados de verde. La arena, de

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