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by Comterei


Leo Cabrera Rio, 03.05.03

No sé decir si era hermoso, pero sus ojos me cautivaron desde el primer momento. Entré en la tienda atraëdo por esos ojos y ahora debëa escoger algunas prendas de ropa para justificar mi estancia en aquel local. La verdad era que la tienda era para gente joven y no era fácil encontrar algo que me conviniera, pero aquel vendedor de los ojos atractivos trabajaba a comisiñn y me ayudñ a seleccionar unos shorts, unos pantalones, unas camisas, unas camisetas. Mostraba mi disposiciñn a gastar para prolongar mi conversaciñn con él; además de sus hermosos ojos, verdes y con unas pestaïas muy largas, tenëa un cuerpo joven, delgado, pero fuerte, marcado por unos jeans estrechos que resaltaban un buen paquete y con una camisa negra ajustada que dejaba ver un pecho liso y velludo. Mientras mirábamos las piezas de ropa aprovechaba para mirarlo completamente y, de vez en cuando, mi mano rozaba alguna parte de su cuerpo. No sé si comprarëa nada, pero no tenëa otra cosa mejor que hacer y me dejé llevar por el vendedor y sus encantos.

Lo mejor estaba por venir. Me acompaïñ al probador; no podëa comprar a ciegas. Colgñ las prendas en los percheros y cerrñ la cortina, quedando detrás, muy cerca, para asesorarme. Me di cuenta que además de la cajera y otro vendedor no habëa nadie a esta hora en la tienda. Era la hora de comer y nadie nos veëa en el rincñn de los probadores...

Me desnudé rápido, quedando con mis CK þnicamente y empecé por los shorts y una camiseta. Pedë su consejo y sus manos me recolocaron las piezas, con unas caricias que me pusieron a cien. Solo le veëa a él y no sé como me quedaba la ropa, ni me importaba. Cambié de camiseta frente a él y acariciñ mi espalda con suavidad haciéndome sentir un escalofrëo desde la punta de los pies hasta el cabello. Me calzñ una camisa abrochándome desde detrás, mientras su polla, dura, se pegaba a mi trasero, que se abrëa ansioso. Era un auténtico abrazo, frente al espejo del probador. Dejé reposar mi nunca en su hombro y me mordisqueñ una oreja... Fuimos probando todo lo que habëa seleccionado; creo que algunas prendas las probé más de una vez para prolongar aquel momento. A medida que pasaba el tiempo yo perdëa la poca vergùenza que tenëa y le acariciaba, le sobaba el cuerpo, incluso le sobé la polla por encima de sus jeans ajustados y provocativos...

Mirándole fijamente a los ojos, esos ojos verdes rodeados de unas pestaïas oscuras y largas que le oscurecëan y remarcaban los márgenes, a través del espejo del probador le dije lo compro todo, si puedo pagarlo... Estaba claro que aquel todo no se referëa solo a las ropas, era una obscena provocaciñn a la que no pude resistirme. El sonriñ suavemente y respondiñ que bom! Con su carioca fino y arrastrado. Las ropas eran carësimas, todo importado (por eso habëa poco pþblico también, las ropas brasileïas son tan buenas, bonitas y mucho más baratas), pero estaba dispuesto a pagar lo que fuera para dejar mi soledad en aquel fin de semana en Rëo y perder la poca vergùenza que me quedaba. Sñlo dinero tenëa a perder y el dinero se vuelve a ganar.

Le pregunté a que hora terminaba y me dijo que estaba a mi disposiciñn... Fue tan rápido que me quedé sin conversaciñn, de repente. Le pregunté si habëa almorzado y me dijo que no y me ofrecë a invitarlo. Y aceptñ. No podëa creer que a mi edad pudiera ligar (o lo que fuera) de una forma tan fácil y menos aþn con aquella criatura tan hermosa, fuerte y suave, flexible y educada, por ahora...

Fuimos a la caja y mientras la cajera sumaba y tomaba mi tarjeta de crédito, Gustavo (vi ese nombre escrito en la tarjeta que llevaba al borde del bolsillo de su camisa) plegaba con habilidad y amor mis prendas y las metëa en las bolsas de Boss. Hablñ rápidamente con la cajera, le dijo que me acompaïaba al coche con los paquetes y que después se iba a almorzar, a lo que ella casi ni contestñ... Claro yo, extranjero en Rëo, no tenëa coche, habëa llegado al Sao Conrado Fashion Mall en taxi y en taxi deberëa regresar a mi hotel de Copacabana. Asë se lo dije al salir, a lo que de nuevo replicñ que bom!

Y ahë estamos, los dos sentados, uno al lado del otro, con nuestras piernas en un roce constante, en el asiento trasero de un taxi que corrëa locamente por los tþneles y avenidas que nos llevaban a Copacabana. Las bolsas estaban de cualquier forma en el suelo del taxi y con mi brazo extendido intentaba un abrazo imposible, acariciando su camisa negra, de seda, y su hombro de acero... Lagoa, Ipanema ponëan su belleza y su exotismo a un trayecto que no acababa nunca. Al fin el taxi parñ frente al hotel y subimos con las bolsas a mi cuarto... Pedë mi llave sin mirar a los ojos al conserje para que no viera mi turbaciñn y mi deseo...

Cuando cerré la puerta tras de më Gustavo habëa dejado las bolsas en suelo, frente a la ventana; entraba el calor a través de la persiana entreabierta, pero no toda la luz del sol que rompëa sus rayos sobre la arena blanca de la playa; las olas hacëan llegar su cadencia monñtona... Encendë el aire acondicionado y me dirigë hacia él, temblando de una mezcla de deseo y de miedo... Sñlo tuve tiempo de pronunciar su nombre

Gustavo...

Cuando sellñ mi boca con un beso cálido, suave, penetrante, ansioso, dulce y avasallador que me hizo olvidar el miedo, el tiempo, el lugar... Sñlo sentëa su dulce saliva, su lengua relamiendo todos los rincones de mi boca, su abrazo, su polla apoyada en mi vientre... Mis brazos acariciaban su espalda y la recorrëan desde su hermoso y respingñn culito hasta los hombros. Pudimos estar asë una eternidad... Le saqué la camisa de los pantalones y separándonos por un momento se la desabroché y contemplé su torso desnudo... Nos abrazamos de nuevo y comprobé la tersura de su piel, mucho mayor que la de la seda artificial de su camisa. Casi derribamos la mesita que nos separaba de la cama y me arrojñ sobre ella colocándose encima mëo como si me estuviera ya follando. Me arrancñ literalmente la ropa y no sé ni como se librñ de sus tenis y sus apretados jeans y su polla enorme se colocñ junto a la mëa, cálida, ardiente, agresiva... Me pidiñ una camisinha y le aparté a un lado y mientras se quitaba los calcetines y se pajeaba lentamente, me fui al baïo por los condones y una crema y me deshacëa de lo que quedaba de mis ropas...

Regresé a la cama desnudo y tembloroso y me tendë en el centro. Se colocñ a mi lado y me sonriñ tranquilizador, me besñ con suavidad... Me incorporé y besé su polla hermosa, y me la introduje en la boca y empecé a mamarla y a llenarla de saliva; tenëa un gusto delicioso a sudor y azþcar, ni asomo de orines en aquel cuerpo brasileïo limpio... Él, entretanto, abrëa un condñn y se preparaba para colocárselo, cosa que no estaba dispuesto a permitir; se lo tomé y se lo coloqué, con las manos y con la boca, mientras el comenzaba a moverse rëtmicamente como provocado por mi acciñn. Abrë la crema y le unté aquella magnëfica polla y me senté encima casi sin esperar a acabar; limpié mis manos en mi culo y me senté lentamente sobre su virilidad. Él levantñ las rodillas para amortiguar la entrada y no hacerme daïo, pero mi deseo era superior al miedo desde hacëa tiempo y yo le separé las rodillas y me introduje toda su carne en mi cuerpo. Dolëa, pero no mucho; su polla era ancha pero la forma de su glande favorecëa la penetraciñn progresiva y sin darnos cuenta estaba todo dentro de më. Casi se me salëa por la boca...

Miré hacia él, levanté su cabeza y nos besamos, mientras iniciaba un movimiento rápido para que su polla entrara y saliera lo más posible. Eso le daba placer y el también se movëa con rapidez y conseguimos combinar un buen ritmo. La verdad es que consiguiñ cansarme. Retenëa su eyaculaciñn, pero no paraba. De repente me dio la vuelta y siguiñ follándome con rapidez, mi cabeza colgaba fuera de la cama y yo ya no podëa ni moverme por mi mismo, pero estaba movido por su ritmo y su energëa... De nuevo tomñ mi cabeza y me recolocñ completamente sobre la cama, sacñ su polla de mi culo y se quitñ el condñn con rapidez y de rodillas junto a më empezñ a masturbarse mientras yo lamëa sus huevos y su culo; yo también me pajeaba frenéticamente... De repente hundiñ su polla en mi boca y sentë como su leche caliente, suave, dulzona descendëa por mi garganta; se vaciñ todo en më mientras yo también me venëa sobre mi vientre y le chupaba hasta la þltima gota de su semen... La deje bien limpia.

Cayñ rendido a mi lado, sudando los dos, con los ojos cerrados en la penumbra de mi cuarto y dejamos pasar un buen rato. Cuando el aire frëo del acondicionador nos iba poseyendo le ofrecë tomar un baïo para limpiarnos y refrescarnos y fuimos de la mano, desnudos y felices... El baïo durñ otra eternidad; dejábamos caer el agua por nuestros cuerpos y nos enjabonábamos una y otra vez; yo me detenëa en su polla, semi dura, tan larga y hermosa; él se detenëa en mi culo... Y volvëamos a empezar de nuevo. De repente mordiñ con fuerza mi oreja y al retirarme me confesñ que tenëa hambre, me recordñ que yo le habëa invitado a almorzar y que después de comer mi culo él estaba aþn más hambriento. Reëmos ambos y acabamos de quitar el jabñn de nuestros cuerpos; siempre quedaba jabñn en sus huevos; siempre quedaba jabñn en mi culo...

Nos secamos y vestimos. Yo me puse algo de lo que habëa comprado porque no podëa ponerme mis ropas rotas. Antes de abrir la puerta, un nuevo y largo beso devolviñ una nueva calidez a nuestros cuerpos y fuimos al restaurante del hotel a ver si aun funcionaba el buffet. Funcionaba por suerte y comimos y charlamos y subimos de nuevo a mi cuarto. Estaba llegando el momento crëtico, no tenëa la menor idea de cñmo acabarëa todo aquello, ni me importaba, pero estaba un poco intrigado. En el cuarto de nuevo nos tumbamos en la cama y nos besamos y nos sobamos y acariciamos... Él tenëa que volver al trabajo, la tienda estaba abierta hasta las diez porque era sábado; discretamente me pidiñ dinero para un taxi y yo le dije si volverëamos a vernos; el me dijo que naturalmente, maïana es domingo y podemos pasar el dëa juntos, aquë en la playa...

Le di dinero para diez taxis por lo menos y le dije que le esperaba en mi cuarto al dëa siguiente, cuando quisiera venir. Vivëa en la periferia lejos y el domingo nadie madruga, pero le esperarëa; le pedë que si no querëa o no podëa venir que me llamara por teléfono, sabëa mi hotel y mi cuarto... pero me asegurñ que volverëa y me llamñ tonto. Le acompaïé hasta la puerta y de nuevo nos besamos y se fue dejando un vacëo mayor del que nunca habëa sentido en aquel cuarto. Empecé a contar las horas hasta la maïana del domingo, pero eso ya es otra historia...

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