Gay Erotic Stories

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Minutos

by Absalon


MINUTOS

Autor: absalon Mail: mabarakin@yahoo.es

MINUTO UNO

Rebulli en la cama mientras esperaba a que Jesus terminara de prepararse. No hacia mucho que conocëa a Jesus, no sabia si podëa fiarme de el o no, pero siempre he sido demasiado dubitativo como para entender lo que hago. Quizas serian sus ojos sinceros los que me impulsaron a acogerle esa noche en mi casa, o las ansias por compartir lecho con un hombre tan guapo, tan prieto, o quizas era mi soledad, que engendraba monstruos que solo podëa combatir imaginandome a las personas, sustituyendolas por lo que son en realidad. Siempre he tenido ese defecto y hasta ahora no lo he podido eliminar. Durante estos 45 aïos he estado intentando hallar otras personas como yo, mas siempre me han dejado tan solo como un astronauta, como el puto Beagle en Marte. Ahora Jesus tarda tanto, ¿que cojones estara haciendo alla, en el baïo? No he conocido a nadie que tarde tanto para vaciarse para que le den por culo. -Jesus, ¿cuanto te falta? -Ahora mismo salgo, Eduardo- su voz es la de un tenor. Hombre perfecto, de voz perfecta. De profesion profesor de historia contemporánea europea, y de aficion actor teatral. Nunca te fies de un actor.

¿Por que me fiaria de alguien que esta acostumbrado a mentir? Quizas porque sus mentiras son honestas, mas que las de nosotros, acostumbrados a mentir por mezquinos intereses dia a dia. Nada puedes esperar de un actor en una tarima salvo que represente, reflexione. Pero sin embargo, crees al primero que te dice "te quiero". Mis manos repasaron el embozo de las sabanas. Siempre he sido un hombre pudoroso, aunque ahora me ofrezca desnudo a Jesus mas alla de las sedas negras que se acoplan en torno a mis muslos, acariciandolos lentamente, como si la seda fuera una tenue lengua que despliega sus liquidas alas sobre mis piernas velludas, con algunas canas, la edad no pasa en balde, tantos pelos aqui abajo, en mi pubis mientras tan pocos en mi cabeza, los removia con curiosidad para observar a mi flacido pene tambalearse entre mis dedos y a mis testiculos escurrirse entre mis manos. Tantas cosas han pasado por aqui. Tantas personas han gozado con mi polla. ÿY mi cuerpo! Pues no en vano ha sido escupido, gozado, follado, lamido, besado… Volvi a mirar al pasillo en busca de la debil luz que salia del baïo mientras dejaba caer la sabana hasta mis pies descuidadamente…

MINUTO DOS

Si, he sido gozado de tantas maneras, y desde el principio. Y que principio… Martën era un muchacho de mi misma clase. Si, teniamos los dos la misma edad, alrededor de unos quince aïos. Todas las muchachas lo amaban, su cuerpo no en vano era el de un silfo: fibroso, delgado, de sonrisa franca y de culito prieto. Tierna belleza adolescente. ¿Recuerdas, Eduardo, la primera vez que le acariciaste los cabellos rubios? Siempre habiamos sido amigos y no era extraïo que nos besaramos cuando los demas no nos veian, aunque ultimamente aquellos besos cada vez eran mas largos. Sus finas facciones se conmovian cuando estaba contigo, ¿no, Eduardo? Si, yo tambien era muy bello, la naturaleza habia sido generosa con mis musculos, haciendolos fuertes, mis cabellos eran negros y mi piel morena. Un dëa Martin se entretuvo mucho en la escuela donde hacëamos el bachiller, y le acompaïe a casa, pues nuestros hogares estaban muy lejos. Era el final de la primavera y el calor hacia su acto de presencia, magnificado por las doradas espigas castellanas, aquellas espigas con las que yo comparaba el hermoso pelo de mi amigo. Ambos sudabamos profusamente, yo sentia mi espalda mojada, mi cuerpo estaba humedo y esperaba incitante sus dedos para restaïar mi sudor. Yo vi como su rostro de color crema enrojecëa por el extremo calor y recogi sudor que se disponëa a empaïar sus ojos verdes. El me sonrio, hasta entonces todo era un juego de muchachos, casi de niïos. Yo chupe mis dedos, su sudor era salado y sabia como el mar. El me miro y supe que el juego habëa finalizado. Lo comprendi por la turbacion de su mirada y por el temblor de su labio inferior, que se apresuro a morder. Yo me decidi y me eche sobre el, besandole, el no quiso apartarme y rodamos besandonos desde la calzada hasta el campo de espigas, la tierra araïaba nuestras juveniles pantorrillas pero nuestros labios saboreaban algo demasiado dulce como para prestar atencion al dolor. -¿Te ha gustado?- me pregunto temeroso cuando terminamos. -Mucho- respondi. -Pero el padre dice que es pecado- capte el miedo en sus ojos esmeralda. -Lo que es pecado es lo que hace el padre con Maria la del Molino- replique, no estaba dispuesto a perder aquello que me gustaba tanto y le volvi a besar para acallar sus miedos. Le bese mas y el se mostro desconcertado, sus padres eran muy catolicos. -¿Y ahora? -Ahora nos quitamos la ropa… a ver como tienes la verga- dije entre risas.

Së, aquello era mas que un juego, un juego de quienes les ha salido el vello de las pelotas, de dos jovenes que se dedican a chuparse, mi joven boca hasta entonces no habia recibido miembro alguno y tuvo que saborear el de Martin. Era pequeïo, pero muy sabroso y tan duro como una piedra. Segui saboreandolo mientras aparte la rubia pelusa que emergia desde su pubis y sorbi sus pelotas al mismo tiempo que el me masturbaba enloquecido. -¿Te gusta?- pregunto. -Mucho. Sabe muy bien. ¿Por qué no pruebas tu la mia?

El juego se hizo mas complicado cuando Martin deslizo sus carnosos labios hasta mi verga y la recibiñ, la caricia era impresionante, nunca antes me habëan chupado. Era el primer sexo que Martën chupaba, eso lo supe más tarde, pero lo hacëa con la determinaciñn de un profesional. Yo jugueteaba con su cabeza, como la tenëa pequeïa, me la podëa meter entera en la boca, qué bien sabëa y qué bien olëa, mientras la chupaba acariciaba su cabeza con mi lengua. Me aventuré más abajo y me separé de él. -¿Qué haces?- me preguntñ. -Algo que dicen que da más gusto- yo nunca habëa penetrado a nadie, pero las nalgas de mi amigo eran tan prietas… -No me parece bien, dicen que es pecado…- yo resolvë la situaciñn gracias a San Agustën, quién lo dirëa: -"Ama y haz lo que quieras".

Mi sexo se eleva, y tensa la sábana. Esa cita me ha salvado en numerosas ocasiones, y en otras ha sido el leit motiv de mi vida. ÿQué casualidad que un amante lesbiano más tarde recurriera a ella! La clave de la libertad. Jesþs aþn no sale.

Asë que asë estábamos mi amigo Martën y yo, en plena diatriba sobre la necesidad del sexo y su resoluciñn. Martën se rindiñ finalmente a mis requerimientos y se colocñ como un perrito. -Edu… -¿Qué? -Por favor, sé tierno conmigo. -Lo seré, Martën. Te quiero. -Yo también.

No me costñ mucho besar y lubricar aquel agujero lampiïo, rosado, estrechito pero acogedor. Martën deliraba de pleno vicio, tþ en cambio te deleitabas sádicamente en elongar su placer y su dolor cuando introduciste tus dedos en su cámara virginal. Su ano nunca habëa sido follado, pero yo no pude esperar más, me incorporé tras él y apreté mi polla contra su culo. Apliqué mi cabeza contra su ojete y tras una pequeïa resistencia mi cipote entrñ en su cámara secreta. Sus intestinos arropaban mi polla con una extraïa fuerza candente y Martën chillñ de dolor en un principio, pero como todos sabemos, gemirëa de placer después. Liberé mi verga y la movë, al principio delicadamente, pero me excité y embestëa al pobre Martën, que me dijo: -ÿEdu, tëo alocado! Más suave, por favor.

ÿPobrecito! Aminoré la fuerza de mis traqueteos y ahora lo gozamos los dos. Apenas unos minutos después eché toda mi leche en su culo. Le di la vuelta y le besé tierno. Miré su sexo, aplastado contra las espigas y completamente vaciado. -¿Te ha gustado?- preguntñ Martën, como si hubiera despertado de un dulce sueïo. -Mucho. -Yo sñlo quiero complacerte. Eres mi mejor amigo.

Acaricié sus cabellos una vez más y nos vestimos.

¿Supiste alguna vez cuánto te amñ ese chiquillo, Eduardo? Y pensar que más tarde lo verëas en cualquier picadero de Madrid ofreciendo su ojete al mejor postor. Entonces no estábamos juntos. Sus padres lo quisieron "curar" y lo destrozaron. Los amores de juventud son flores: hermosos, mueren pronto.

Së que tarda Jesþs.

MINUTO TRES

Pero el que me hizo ser como soy, el que me hizo ser algo más que un macho no fue Martën, reflexionaba mientras me acariciaba el glande, rojo y hþmedo. Con quien descubrë el sexo en su esplendor fue con el mejor amigo de papá, Eusebio.

¿Recuerdas Eduardo cuando tus amigos llevaban a tu padre hecho una cuba a casa? De todos ellos el þnico que no tenëa mujer ni bastardos era Don Eusebio. ¿Por qué te atraëa tanto su cuerpo a los dieciséis aïos? Después de que Martën fuera enviado a Madrid a casa de sus tëos tras haber sido sorprendido con otro muchacho, pediste algo más. Së, pedë ser alguien más que un niïo, creyendo que mi destino de hombre tardaba demasiado en llegar. Y asë me fijé en el amigo soltero de mi padre, quién sabe la de habladurëas que habëa en el pueblo sobre él. Pero él era el hombre más libre que jamás hube conocido, los comentarios resbalaban sobre sus espaldas como el aceite sobre el agua. Qué rico estaba el seïor Eusebio, ¿verdad? Era mayor que papá, no en vano habëa cumplido los 50 hacëa tiempo, pero qué importaba si fue él quien sacñ de la cárcel a mi padre tras la guerra. Qué rico estaba el seïor Eusebio a pesar de los 50 y pico. Él së que habëa conservado toda su pelambrera, sus cabellos eran extremadamente largos para la época, casi como un hippie, canosos a pesar del alabastro que habëa poblado originariamente aquella regiñn. La talla, alta, la complexiñn, fuerte, la barba poblada pero muy cuidada, también habitada por numerosas canas, asë no habëa pelo que cediera. Y ese pedazo de bulto en la entrepierna que delataba esa enorme polla. Era un Gargantþa hercþleo, mi héroe de la infancia, el que se empalmaba cuando me sentaba en sus rodillas. El que me llevñ a la capital de la provincia para hacerme mi primer traje de mayor con sus pantalones largos. Guapo, muy guapo. Era mi padrino y partimos juntos una maïana de febrero. Cosas que ocurren en Castilla.

Durante el viaje hacia la capital de provincias, le pregunté: -Padrino, ¿a qué capital vamos? -A la pequeïa, hijo, a la pequeïa- yo sabëa que él espiaba mis jñvenes piernas, que duras y tersas se ofrecëan morenas, no cubiertas por mis nimios pantalones. Un cuerpo de hombre amenazaba desde una vestimenta de niïo. -Padrino, ¿usted cree que mis piernas son lo suficientemente fuertes? -Llámame Eusebio, hijo, y tutéame. -Sñlo si me llama Eduardo en vez de hijo. -Trato hecho.

Estrechamos las manos y un fino temblor nos invadiñ. Yo le miré con deseo, pero nuestra lascivia no pasñ más allá. Él me espiaba los muslos y yo empujaba hacia arriba mis pantalones hasta mi pelvis. Ya tenëa vello en aquel entonces y los ojos negros de mi padrino seguëan delectuosos las lëneas de mi vello, que como el más caprichoso de los mármoles confluëan en mi pubis. Y eso él lo sabëa. -¿Qué pasñ con tu amigo, Martën? -Le han llevado a Madrid por mariquita. -¿Y tþ qué opinas de eso? -Nada. -¿Nada? Era tu amigo. -No opino nada. -¿Por qué?- parñ el coche. -Porque no tengo nada que ver con los mariquitas. -Pues yo os vi una noche a Martën y a ti besándoos una noche, en las fiestas del pueblo. -Eso es mentira- sudaba profusamente, mis padres no podëan saberlo. -No te preocupes, no se lo diré a tu padre. -¿Por qué? -Porque yo también soy maricñn. ¿Qué pasa, no te gustas? -No, si lo que pasa es que no querëa que se supiera. A më me gustas tþ.

Su rostro se alterñ, volviñ a ser el del padrino ejemplar. -Yo no puedo hacer nada contigo, tþ eres un niïo- volviñ a conducir. -Yo no soy un niïo- le besé en plena carretera y le magreé el enorme paquete. Uff, së qué era grande.

Sonrëo mientras me atuso mi polla, ahora hþmeda y dura. Eusebio no sabëa hasta que punto yo era expeditivo en la cama.

-ÿVas a conseguir que nos matemos! -ÿMe da igual!- repliqué como un niïo al que niegan un juguete- ÿFñllame! ÿComo Sñcrates con Platñn! -¿Qué? -Sñcrates era el maestro de Platñn y no sñlo le enseïñ la filosofëa, también le hizo suyo. -Está bien chiquillo, te haré mëo esta noche en el hostal. Luego no digas que tþ no lo has querido.

Resoplé de placer en la cama mientras esperaba a Jesþs. No me he arrepentido de nada en la vida, y menos aþn de todo lo que gocé aquella noche.

Tras hablar con un viejo sastre que se encargarëa de mi primer traje, Eusebio me llevñ a uno de aquellos mesones de la posguerra franquista, destartalados y sombrëos. La sordidez de aquellas gentes nunca cambiarëa, estaba esculpida en roca castellana. Eusebio me dijo ya en la habitaciñn: -Y, ¿ahora qué?

Yo no le respondë, sñlo me desnudé ante su mirada atñnita. Sñlo me desnudé y cuando dejé caer mis calzoncillos, noté las manos de Eusebio acariciar con cierta aspereza mis muslos, subiendo hasta mis pezones mientras su boca besaba casta mis mejillas. Yo respondë a sus besos, y ahora së, en aquel pþtrido hostal nos besamos los dos, Eusebio era todo un experto pero yo no me quedaba atrás, ¿verdad? Me prendë en torno a su espesa barba y reposé la punta de mis dedos en sus quijadas, mezclando mis dëgitos con su vello, ÿoh, delicia! Nos besamos suavemente, nuestras lenguas hablaban sin voz, él sabëa bien y el olor de su aftershave se hacëa cada vez más notable y asfixiante, adoraba su asfixia, quisiera que siguiera asë, pero cuando nos separamos y nos miramos a los ojos comprendë que no habëa llegado a su fin. Acababa de comenzar. Ahora él se desnudñ. Eusebio era tan sexy… Y Jesþs tarda tanto. No era hombre, sino oso, sus vellos eran más hermosos que el más delicado de los trajes, en vocablos más simples, estaba cojonudo, y cojonudo era porque dos hermosos huevos colgaban del vello pubiano y una hermosa picha se elevaba hasta su tripita, mojando su propio ombligo con lëquido preseminal. Me sonriñ y me acerqué, acariciando el masculino cuerpo, mmmh, aþn lo recuerdo y aþn me empalmo con ello, rico, rico, fuerte y maduro, me besaba y yo le mesaba las barbas, apretaba sus duras y respingonas nalgas, él metëa un dedo entre las mëas hasta llegar a mi ano, yo jamás lo habëa usado antes, se lo dije, me contestñ: -Siempre hay una primera vez. Tranquilo, cachorrito.

Y cuando aquel hombre rudo me llamñ "cachorrito" con tanta ternura yo no pude evitar abrirme (en todos los sentidos) y ser el imbécil que desde entonces he sido. Le dejé hacer y descubrë que la caricia era muy placentera, una de mis manos frotaba su picha gorda, me arrodillé ante el enorme falo, lo besé, olëa a hombre sudoroso, hombre del campo, no hizo falta descapullarlo, lamëa aquella gran cabeza y creë morir cuando traspasñ mi garganta. Como el mejor jamñn, que goza y escuece al tragarlo, su polla destilaba gotas de precum saladas y picantes. Él era el agua y yo querëa ser su fuente. -Basta, basta, que te voy a moler- me dijo cariïoso. -Ahora salgo- me avisa Jesþs-, sñlo un minuto.

La inesperada incursiñn de Jesþs me distrae. No es la misma habitaciñn, ni la misma cama. Pero së fue el mismo cuerpo el que fue depositado en el lecho nupcial aquella noche en esa mugrienta habitaciñn. Un cuerpo no de novicio, sacrificado cuando Eusebio elevñ mis piernas y hallñ mi ano virgen. "¿Qué tenemos aquë?" preguntaste feliz de hallar un culo tan estrecho. Yo me reë y gocé cuando me lamiste el ojete y me chupaste la polla. Después te acomodaste y me enchufaste tu enorme verga de hombre, yo me aferraba a tu duro cuerpo de hombre y mi culo fue abierto sin piedad, me doliñ pero luego me gustñ mucho, tanto como cuando era yo el que enculaba. Después de unos traqueteos, cuando los dos sudábamos y nuestros cuerpos se pegaban por obra y gracia de este humor tþ te derramaste dentro de më, pero las corridas de Eusebio eran gloriosas, le dio tiempo a quemar mis intestinos con su leche caliente y luego me la sacñ chorreando mis muslos y mi vientre. Masturbñ mi polla con su polla morcillona y yo pronto me correrëa también, regándole de lefa, que él se restregñ. Después me limpiñ la polla con su lengua y yo se la limpié a él. El momento habëa terminado y nuestros penes descansaban juntos, fláccidos. Nos miramos y nos besamos dulces, como dos machos agotados, y asë era, pues la follada habëa sido intensësima. Mirñ al baïo. La palangana era lo suficientemente grande como para que cupiéramos los dos. Pronto estábamos dentro, baïándonos. Aunque yo casi habëa desarrollado del todo, él era aþn más alto que yo, por lo que me senté en su regazo mientras me echaba agua caliente. No hablábamos; las palabras sonarëan horrendas en tan mágico arrebato y sñlo nos baïábamos mutuamente. Después, más serenos, hablamos. Y cuando aquella noche terminñ yo también supe lo que era penetrar a un macho.

¿Qué habrá sido de Eusebio? La þltima vez que lo vi huyñ a Madrid por la ley de peligrosidad social. Ama y haz lo que quieras. Él era todo un hombre y probablemente eso fue lo que hizo. Hasta el fin de sus dëas.

MINUTOS

-¿Qué haces, Jesþs? Esta cama está muy calentita, pero comienza a enfriarse. -No preocupes, Eduardo. Es por la cena. Enseguida estoy.

Enseguida estoy… ya parecemos un matrimonio perfectamente avenido, perfectamente avejentado, una de esas unidades que comen, cagan y mueren. Y no aman. Nadie preguntará por la verdad, sñlo por tapar las apariencias. A Jesþs lo conocë a través de Alexander, mi amigo el transexual. Una noche de mayo en un pequeïo café madrileïo, uno de esos pocos cuarteles que intentan frenar desesperados la especulaciñn artëstica de nuestra ex-hermosa ciudad. Apenas viste a Jesþs, te encaprichaste de él, ¿verdad? Sus ojos verdes como los de Martën, aunque sin heroëna en las pupilas. Las canas, casi idénticas a las de Eusebio, que daban un toque de gracia a su adusto rostro cántabro, herencia de la cual no ha podido desprenderse a pesar de sus veintipico aïos viviendo en Madrid. El hermoso rostro afeitado, maduro, së que era una novedad para më; lo más importante de los hombres son los rostros. Tras el entremés le pedë a Alexander que me lo presentara. La primera vez no le llamaste la atenciñn, ¿verdad, Eduardo? Los guionistas pedantes no suelen ser del gusto de nadie, sobre todo si es más culto que tþ. La segunda vez, en junio, së bebiñ los vientos por ti: en casa de Alexander, medio borrachos los dos, descamisados y borrachos los asistentes, te atreviste a hablar con él cara a cara, le encantaron mis palabras francas y llanas y también mi pecho velludo. Después, cuzo como una cuba Alexander nos llevñ a todos a la piscina y allë nos besamos, mi barba contra sus mejillas, sus ojos selváticos abiertos aspirando mi alma, los mëos cerrados hasta que me suspirñ beber de mi abismo. Pero nos separamos, la levedad del alcohol me hizo suspirar por un intelectual flatulento que me habëa dicho "te quiero" hacëa dos meses. Su mentira se mostrñ tan cierta como mi error, que hoy habëa intentado reparar. Solo o ansia por estar solo. Conozco esa sensaciñn. Supongo que Jesþs también. Demasiado mayores para perseguir a jovencitos, pero con las mismas ansias prendidas del sexo. Amé e hice lo que quise. Ahora sabrëa si algo de todo valiñ la pena o si por lo menos aprendë algo.

La puerta se abre. Entra Jesþs en la habitaciñn. Los cabellos albos peinados hacia atrás, el gesto grave, el pecho desnudo y las caderas excitadas cubiertas por la toalla que paseo por mi sexo todas las maïanas sujeta por sus manos. Sonrëe y golpea con un macizo pene, agitando la pequeïa tela que sale despedida. Abro mi cama, tiendo las sábanas hacia él, por primera vez contemplándonos desnudos en todo nuestro esplendor. Es Martën con su testa templada de oro y ahora de canas, sus ojos verdes como antaïo; no, es Eusebio, ya que aunque sus mejillas están afeitadas, su pecho es tan tupido como el mëo y sus anchos miembros también muestran el dorado vello que me hace suspirar. Pero no, es él. Miro su sexo, grueso, de generosos testëculos, sus nalgas rotundas, su mirada espiando mi sexo erecto, moreno, que le seïala a través mi cabeza roja, impþdica, mojada por mi deseo. Mi deseo, Jesþs, tþ eres mi deseo. Nada de palabras estþpidas, ni advertencias inþtiles, los condones y el lubricante hace tiempo que fueron depositados en la mesilla y, por fin, los fuertes brazos me abrazan cuando se tumba encima de më, en mi cama. Nos sonreëmos. Primero un tëmido beso, arrodillado. Luego me alzo, los cipotes ya erectos se tocan y le humedezco con mis fluidos. Un beso más fuerte, mojando los labios y sacando las lenguas. Unos suspiros masculinos y por fin deposita su peso encima de më, nuestras lenguas juntan, el beso deseado, si nos separamos las lenguas siguen unidas en este morreo. Gemimos y nos abrazamos, su cuerpo, delicioso, tiento sus nalgas prietas que él mueve travieso, sus delicioso culo peludo. Las suyas me retuercen los pezones y pronto, muy pronto inicia la incursiñn para lamer todo mi cuerpo, desde mi cuello hasta que toma un condñn de la mesilla y lo pone él mismo, mi cabeza roja aprisionada, brillante, hasta que Jesþs se la introduce de un bocado en la boca. Me chupa con fuerza, con pasiñn, su lengua es poderosa, me acaricia con los dedos los peludos huevos, tira de ellos hasta hacerme daïo, eleva los muslos mientras me la sigue chupando y deja al descubierto mi ano maduro, cubierto de pelo. Se retira para mejor contemplarlo y sonriente me dice: -Por aquë ya han pasado unos cuantos- juega con mi esfënter con su ëndice y luego se chupa el dedo. -Pues tþ eres el siguiente, es todo tuyo.

Lame mi agujero negro, la punta de su lengua se mete dentro y me produce mucho placer, se da cuenta de que ha abandonado mi rabo y lo pajea hasta que se lo mete de nuevo en la boca, pero no deja mi culo solo, me mete un dedo que inicia un mete saca exprimiendo mi inflamada prñstata. Ooh, qué rico, este hombre me eleva al séptimo cielo. Poco a poco siento que me voy a correr y le alejo de më con violencia, le beso y muerdo sus labios, su oreja, chupo su cuello y me dirijo hacia esos gigantescos pezones que destacan rosados en sus tetillas. Los chupo, tironeo de ellos, los muerdo mientras él gime de gusto, bajo hasta su sexo, otro condñn, le visto poniéndoselo con la boca y se la chupo como un desquiciado, es tan placentero el olor de su polla que se la chupo todo lo que puedo, su polla gorda es engullida completamente, mi garganta violada, yo asfixiado, pero me encanta, me intenta separar, pero yo sigo aspirando su polla, hasta que me echa sobre la cama y se sienta encima de mi boca, dejándome sus huevos, que lamo y sorbo, la polla de nuevo me atrae y se sienta hincando su rabazo gordo en mi boca, follándola con grandes espasmos como si fuera un coïo, siento su polla entrar y salir a toda prisa, quemándome con su polla ardiente. Le paro con un cachete en sus nalgas redondas y me sitþo detrás de él, dejándole a 4 patas. Beso sus nalgas, masajeo los globos carnosos con mis manos, los muerdo, los azoto, separo las nalgas y me encuentro su ano escondido pero enrojecido, excitado por la polla que se va a comer. Lo lamo, los pelos de alrededor me hacen cosquillas, él suspira de gozo, me chupo dos dedos y se los meto inclemente, le masturbo el culo, él lo mueve al compás de mis dedos, en cërculos que me vuelven loco, mientras le meto los dedos le voy azotando con la otra mano: -¿Te gusta? -ÿFñllame!

Yo tampoco podëa contenerme más, cambié mi condñn y le eché lubricante. Sujeté sus nalgas abiertas y presioné la punta de mi polla contra su ojete. Lentamente, el esfënter rojo se fue dilatando y el rictus de agonëa del rostro de Jesþs se convirtiñ en una mueca de placer mientras se relamëa de gusto. Yo estaba siendo acogido por su culito apretado, un culito que por dentro estaba lleno de estrëas que me provocaban goces inusitados, un esfënter que me estrujaba la polla como una ordeïadora industrial. Se la metë hasta el fondo, mi polla hizo tope, mi pubis con sus nalgas y no se podëa distinguir cuáles vellos eran mëos y cuáles eran suyos. Follé a Jesþs con todas mi fuerzas, apasionado y mientras lo hacëa, pellizcaba sus pezones, le jalaba la polla o metëa mis dedos en su boca, mientras mis labios besaban su raquis. Si él ordeïaba mi polla, yo exprimëa su prñstata, y los dos gemëamos mientras sentëa que el más preciado de los elixires se derramarëa si seguëa asë. Por lo que me la saqué, apoyando mi polla contra la raja de su culo violado, haciéndome una especie de cubana con la raja del culo. -¿Por qué paras? -Porque quiero que me folles.

Me mirñ extraïado y yo sñlo le tranquilicé con un beso. Saqué los condones y le tendë otro. Me tumbé en la cama boca arriba y separé mis piernas; abrë el culo con mis propias manos. Esta vez se colocñ él el condñn en su hermoso cipote, roja lanza apuntando al techo. Se echñ lubricante y dejñ su punta contra mi ojal abierto, jugando con él y desparramando el lubricante. -Vale, pero ¿cñmo se pide? -Fñllame, por favor. -Dios, como me pones…

Y le debë de poner porque toda su polla entrñ de una estocada como un nadador en el agua y mientras me la metëa y sacaba, provocándome escalofrëos de placer, me tomñ de los tobillos y los elevñ, golpeando sus pelotas contra mis nalgas. Me soltñ y me dejñ con los tobillos en sus hombros, mientras me golpeaba las tetillas y me atormentaba los pezones, dejándome en éxtasis para finalmente dejar mis piernas al aire y doblarse sobre më mientras me la metëa, cada vez más rápido, me jalaba la polla y yo me sentëa cñmo ésta se deshacëa de placer, su polla entraba y salëa DE MÍ cada vez más rápido, destrozando mi culo, abriéndome de placer, compartiendo los labios, besándonos hasta que sus manos obraron el milagro y me corrë, inundando nuestros cuerpos de leche al mismo tiempo que él rebosaba su condñn dentro de më, en mi culito. Su pene tumescente saliñ, nuestros ojos se encontraron, de nuevo sus esmeraldas contra mi abismo, y de nuevo las bocas abiertas, humedecidas por el orgasmo, no deseaba otra cosa salvo tþ y después, tþ, Jesþs, el hombre que habëa vuelto a abrirme, el hombre que frotaba su cuerpo voluptuosamente contra el mëo, las dos bocas compartiendo humores, palabras, vahos de alma… compartiendo todo.

LO MÁS PLACENTERO DE LA VIDA OCURRE SÓLO EN UNOS MINUTOS.

Absalon Para cualquier duda, valoraciñn, insulto o proposiciñn indecente (a ser posible esto þltimo) dirigëos a mabarakin@yahoo.es (sobre todo si sois maduros)

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por: ABSALÓN -¿Cñmo cojones se te ha ocurrido aceptar ese trabajo? Pobre Chrissie. Siempre se preocupa tanto por më. Pero, ella lo sabe, soy un buen chico con ideas descabelladas. Y aceptar la oferta de Tony y convertirme en su nuevo chico de compaïëa era la þltima que conocëa, pero no la þltima que iba a elegir. -Sabes que necesito el dinero, y además, me deja la hostia de tiempo

Un Puto Muy Legal (2)

Un PUTO MUY LEGAL (2) por: Absalñn Yo lo admito, como lo admitë ante Chrissie: mi trabajo no es el que más me podrëa autorrealizar y todas esas payasadas que lees en Vogue, pero me lo paso como una puta y me pagan mejor de lo que podrëa imaginar. Tony alababa mis progresos: gracias a mis conocimientos lingùësticos (y no hablo del griego ni del francés) mi lista de clientes se ampliñ a

Un Puto Muy Legal (3)

Un PUTO MUY LEGAL, (3) por Absalñn -¿Asë que le quieres?- inquiriñ Chrissie pensativa. Resoplé. La vida sin amor es mucho más fácil, más divertida y como dijo el þltimo nuevo rico que me alquilñ, más mejor. Habëa pasado una semana desde el fin-desemana-delrestodemivida que pasé con Carles. ¿O quizás fue el primer dëa de mi nueva vida? Nueva vida, en la que pueda descubrir qué coïos

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Web-02: vampire_2.0.3.07
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